La economía china pierde musculatura. Es hora de tonificar
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Sergio Lehmann
China ha sido un motor para la economía mundial desde comienzos de la década de 2000. Tuvo un rol especialmente dinamizante tras la crisis global de 2008-09, cuando registró un crecimiento en torno a 12%, contribuyendo de forma significativa a la recuperación de la economía mundial y dando un impulso especialmente importante a los países emergentes. Generó en ese período un aumento sin precedentes, tanto en duración como en magnitud, en los precios de productos básicos, derivado de su gigantesco apetito por insumos. Esto llevó a lo que se ha denominado el súper-ciclo de commodities.
La evidencia más reciente muestra que China se ha desacelerado de forma más rápida de lo previsto, lo que ha determinado una fuerte corrección a la baja en el precio de productos básicos y caídas en los mercados bursátiles. Esto apunta a que el período de alta dependencia china a nivel global como hasta ahora lo conocimos, está culminando. ¿Qué alcances se derivan de este hecho? Procesos de estas características no son nuevos en la historia económica mundial. Japón en los 50s y Corea en los 70s tuvieron desarrollos similares en materia de industrialización. Naturalmente, debido al tamaño de China, el impacto global de este ciclo ha sido más significativo. Tanto Japón como Corea evidenciaron tasas de expansión en torno al 10% en los primeros 10 a 15 años de su proceso de industrialización y explosivo desarrollo, que les permitió alcanzar una posición de liderazgo en materia de productos electrónicos, automotriz y alta tecnología. La inversión y las exportaciones fueron el principal motor de crecimiento de sus economías. Tras ese período, convergieron hacia tasas de crecimiento sostenibles, apoyadas por una composición más balanceada en el gasto económico agregado.
En China estamos presenciando un proceso análogo, por lo que en los próximos años veremos tasas de expansión más cercanas a 6% y de aquí a fines de la década en torno a 5%. El consumo privado adquirirá mayor protagonismo y la inversión será más moderada, por lo que la demanda de productos básicos presentará tasas de crecimiento más bajas respecto de lo observado hasta ahora. Cabe consignar que si bien este proceso tiene impactos negativos para los países exportadores de materias primas, reduce los riesgos de ajustes abruptos en el producto chino, cuyos efectos globales serían mucho más adversos.
Es hora entonces para China de tonificar su musculatura. Esto apunta a abordar desafíos que incluyen un sistema financiero vulnerable, precios de activos que no están en línea con los fundamentos macro, enormes desarrollos inmobiliarios deshabitados y una creciente pérdida de competitividad. Basta de anabólicos.
China debe constituir una estructura de gasto más balanceada, que permita recorrer grandes distancias sin quedar falto de energía antes de alcanzar la meta. Para este nuevo escenario, los países emergentes deben estar preparados, introduciendo flexibilidad en sus economías y dando suficientes incentivos para la innovación y la creatividad. En Chile debemos asimilar este escenario, moderando el gasto público y abriendo espacios para nuevas demandas frente a las necesidades que continuarán emanando de nuestro principal socio comercial.